martes, 1 de marzo de 2011

No pueden estar todos equivocados

Fue hace ya muchos años, en la facultad, cuando alguien dijo: “No pueden estar todos equivocados”. Hablábamos de los planes de ajuste estructural impuestos por el FMI en diferentes países, y en concreto se refería al consenso existente en torno a la bondad de las políticas neoliberales.
Se hablaba mucho en aquella época del “pensamiento único” y de la “globalización”, argumentando que los vínculos comerciales y culturales cada vez más estrechos hacían que las fronteras fueran poco más que entes abstractos (y obsoletos) y que, en consecuencia, las políticas tendieran a homogeneizarse de manera “natural” e “inevitable”. Atacar la globalización suponía por lo tanto defender una vuelta a la caverna, estar en contra del “progreso”, del incipiente internet e incluso de la libertad.
Se decía también que la toma de decisiones se había desplazado desde instituciones democráticas y locales (estatales) a otras tan democráticas como las previas o más sólo que lejanas geográficamente (por ejemplo el Parlamento Europeo). El único problema de todo esto era por lo tanto “técnico”, nada que no pudiera solucionarse con una nueva constitución europea y contando además con la garantía total que supone disfrutar de unos medios de comunicación plurales y veraces.

Los movimientos antiglobalización se fueron haciendo cada vez más sólidos, con el hito de Seattle en 1999 y la publicación de libros que podemos considerar emblemáticos como “No logo”, de Naomi Klein. Y los gobiernos de las potencias económicas se vieron obligados a hacer auténticos malabarismos para mantener la dialéctica de la “libertad” y la “democracia” mientras reprimían brutalmente el descontento de buena parte de sus poblaciones, que era retratada en esos medios de comunicación plurales y veraces (aunque cada vez más concentrados en menos manos) como grupos violentos y radicales. En este caso, el hito histórico que marcó un antes y un después fue la Cumbre del G8 en Génova en 2001, en la que la policía de Silvio Berlusconi utilizó todo tipo de medidas para impedir el acceso a los manifestantes y reprimir violentamente las movilizaciones (incluyendo torturas y el asesinato de Carlo Giuliani). Otro hito importante fue la Constitución Europea que resultó del Tratado de Lisboa, que no es más que una emocionada oda al neoliberalismo: cuando vieron que el proceso de ratificación mediante referéndum podía resultar en un rotundo fracaso que expusiera además las miserias de todo el proceso, cambiaron de idea y decidieron aprobarlo sin necesidad de consultas populares en los países miembros (pasando encima además del voto negativo en Francia y Países Bajos).

En consecuencia, la idea de que la globalización (tal y como es hoy y no de ninguna otra forma) es algo “natural” e “inevitable” y el neoliberalismo es una “no ideología” puesto que en lo filosófico se basa en la defensa de la libertad entendida en términos universales y en lo económico en principios de racionalidad y eficiencia para lograr el bienestar de todos resulta muy cuestionable. ¿Por qué recurrir a la violencia y la imposición si todo se hace por el bien común? ¿Por qué acallar cualquier voz que disienta? ¿Es que somos demasiado estúpidos para entender lo que realmente nos interesa y es bueno para nosotros (como argumentó Aznar cuando se le preguntó por la decisión de llevar a España a la guerra de Irak a pesar de la abrumadora mayoría de españoles en contra)?

El capitalismo por lo tanto es perfectamente correcto en sus formulaciones teóricas y prácticas, no se trata de que quienes lo defienden estén equivocados. La cuestión es otra muy diferente: el capitalismo es una ideología de clase que defiende unos intereses muy concretos mientras niega los derechos básicos de gran parte de la población mundial.